Me gustan las historias, me gustan las personas, eso ya lo sabéis.
Esta mañana, a raiz del post sobre mi hermana, Lucía, alias Galleguiña, fiel lectora y buena amiga de un gran amigo mío (ya sabemos eso de los amigos de mis amigos…), me mostraba esta preciosa historia, un homenaje que precisamente su hermana, Cristina, le hacía a su madre y a su abuela, publicando esta historia en un periódico local.
Es conmovedora. Me ha dado mucha ternura esa abuelilla preciosa y esa madre luchadora, que tanto amor le devuelve a su madre con sus cuidados. Me ha hecho recordar a mi abuela, la que vive, a mis tres abuelos que me hubiera gustado conocer más, y que mi hermana ni llegó a conocer; así como a mi abuelilla política que tanto me dió en los 2 años que compartimos. Espero que vosotros también los recordéis, a los vuestros y sonriais al hacerlo.
Os dejo la historia:
MI ABUELA
Muy poca gente de A Guarda sabe que vive entre ellos una mujer que tiene 105 años, creo que la más anciana del pueblo y, posiblemente, de las personas de más edad de este país. Pero este dato, que es sin duda curioso, es mucho más que eso para mí, porque se trata de mi abuela Antonia.
El 18 de octubre cumplió 105 años, y su familia cercana, que la adoramos, sentimos como poco a poco se va apagando su luz, aunque todavía tiene lucidez para hablarnos de vez en cuando y por supuesto, para dedicarnos algunas de sus dulces sonrisas. Su cuerpo está sano y fuerte, pero por razones obvias, su vida está llegando a la recta final.
¿Qué podría yo contar de ella?…
Nació hace tanto que una se estremece sólo con pensarlo. El año, 1902, cuando todavía vivía el pintor Paul Gauguin, Puccini no había estrenado Madame Butterfly y el matrimonio Curie todavía estudiaba la radioactividad pero ni de lejos soñaba con el Nobel.
Ese año, Alfonso XIII cumplía 16 años y comenzaba su reinado, Picasso era casi un principiante, Einstein un auténtico desconocido, ¡y ni siquiera se había inventado algo tan simple como es una cremallera o un osito de peluche, muñeco que se creó un año después!. Se ha recorrido todo el siglo XX, que es algo que muy pocos privilegiados pueden contar.
Hasta hace pocos años, le gustaba contarnos anécdotas de su vida, todas ellas fascinantes. Mi abuela recordaba perfectamente el día en que se hundió el Titánic, porque ella tenía ya diez años… O cuando en Uruguay, vio a Caruso, me parece que en 1915, cuando contaba 13 años de edad, y lo recordaba emocionada. También nos hablaba de cómo. con 8 años, su madre la ponía en la ventana para ver pasar el cometa Halley allá por 1910. Y claro, ahí estaba ella en el año 1986 para verlo pasar otra vez.
¡Yo todavía recuerdo la cara de asombro que puso cuando vio por primera vez un cd y le dije que de ahí salía la música!… Cómo no se iba a asombrar ella, que vivió de pleno los comienzos del cine, de la radio, del gramófono….
Mi abuela contaba que, huérfana de padre cuando era una niña, se fue a Uruguay con su madre, porque había que ganarse la vida. Creo recordar que tenían allí un familiar cercano que ayudó a mi bisabuela a establecerse como modista. En los años veinte, tras muchos años viviendo en Montevideo, donde mi abuela también estudiaba, tuvieron la oportunidad de venirse a A Guarda en unas vacaciones; pero mientras viajaban en una travesía en barco que por aquel entonces duraba 21 días, el banco de Uruguay donde tenían los ahorros de toda la vida quebró, y se vieron de la noche a la mañana sin nada. Su idea era regresar en cuanto pudieran solucionar el problema, pero a las pocas semanas de estar aquí, en un baile, mi abuela conoció al hombre de su vida, y como ella contaba, “en ese baile nos miramos y ya no nos separamos jamás”. Una romántica historia que me contaba de niña y que yo jamás podré olvidar. Así fue cómo mi abuela se quedó para siempre en A Guarda y formó una familia junto a mi abuelo, Agustín Lomba.
Mi abuela Antonia siempre ha sido una mujer sencilla y buena y encontró en mi abuelo Agustín a un hombre maravilloso con el que tuvo dos hijos y fue inmensamente feliz, hasta que falleció en 1979…. Décadas después, mi abuela seguía emocionándose con sólo decir su nombre. Eso es auténtico amor.
Como mujer, siempre se sintió realizada llevando una vida tranquila. Adoraba leer, la ópera, pasear con mi abuelo y sobre todo, llevar una vida familiar y casera. No le gustaban las multitudes y sus amigas eran un pequeño puñado a las que respetaba y quería… A todas las ha sobrevivido.
Ha tenido la suerte de tener una buena salud y hasta hace muy poco, ha hecho una vida absolutamente normal: paseaba subida en sus taconcitos y vestida con un elegante traje de chaqueta, planchaba; recitaba poemas de la infancia y hacía el mejor arroz con leche y caramelo del mundo.
Aunque su DNI muestra la edad que tiene, para mí ha empezado hace muy poco a ser realmente una persona anciana.
Pero sin duda, lo mejor que le ha podido suceder en la vida a mi abuela Antonia, es mi madre… “un ángel bueno”, como ella siempre la llamaba. Mi madre lleva casi treinta años mimando y cuidando a mi abuela con amor, hasta el punto de renunciar en muchos aspectos a su propia vida… Eso también es amor de verdad.
Mi abuela Antonia ha sido para mis hermanas, Begoña y Lucía, para mi padre, Juan Ángel, y para mí, como una segunda madre, y con eso está dicho todo. A día de hoy, tiene también tres biznietos y todos nos sentimos privilegiados por haber compartido todo este tiempo con una mujer así.
PARA MI MADRE, MARÍA CRISTINA LOMBA ALVAREZ
Cristina Rodríguez Lomba
Vía: Comunicado Original en Galicia Suroeste