Tengo la fortuna de ir a trabajar por un camino medio rural entre campos y ovejas. Me encanta observar el cambio de las estaciones en estos campos; ahora lucen con esplendor llenos de flores, cereales listos para su recogida y ovejas ya fresquitas preparadas para los calores.
Entro en éxtrasis cuando observo los campos de trigo, con su amarillo vibrante, en contraste con el cielo azul y el verde de los árboles. Siento necesidad de ir a acariciar ese trigo, a perderme un poco entre los campos y temo que al ir dejando pasar un día y otro no me de tiempo a jugar con el trigo antes de que lo recojan, hacer unas fotos y sorprenderme ante el constante renacer que representa la primavera.
Con este trigo no puedo dejar de recordar a Mi Principito y a su amigo el zorro, que juntos hablaban sobre domesticar, crear lazos y, claro, sobre el color del trigo… 🙂
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El Principito – Capítulo XXI
«- Buenos días -dijo el zorro
– Buenos días -respondió cortesmente el principito
– Ven a jugar conmigo -le propuso el principito- ¡Estoy tan triste!
– No puedo jugar contigo -dijo el zorro- No estoy domesticado
– ¿Qué significa «domesticar«?
– Es una cosa demasiado olvidada -dijo el zorro- Significa «crear lazos»
– ¿Crear lazos?
– Si -dijo el zorro- para mí no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. Y no te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para tí único en el mundo…
– Mi vida es monótona, cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente de todos los otros. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo me llamará fuera de la madriguera, como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves, allá, los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de tí. Y amaré el ruido del viento en el trigo…
El zorro calló y miró largo tiempo al principito.
– ¡Por favor…domestícame! -dijo
– ¿Qué hay que hacer? -dijo el principito
– Hay que ser muy paciente -respondió el zorro- Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos. Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca…
Al día siguiente volvió el principito.
– Hubiese sido mejor venir a la misma hora -dijo el zorro- Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué hora preparar mi corazón…Los ritos son necesarios.
Así el principito domesticó al zorro. Y cuando se acercó la hora de la partida:
– ¡Ah!… -dijo el zorro- Voy a llorar
– Tuya es la culpa -dijo el principito- No deseaba hacerte mal pero quisiste que te domesticara…
– Si -dijo el zorro
– ¡Pero vas a llorar! -dijo el principito
– Si -dijo el zorro
– Entonces, no ganas nada
– Gano -dijo el zorro-, por el color del trigo.»