En este desenfrenado trajín de vivir con una misma, no faltan los ajustes, las actualizaciones de software, las reflexiones, el ensayo-error, el mirarse al espejo.
De esto no hay que olvidarse, limpiar muy bien el espejo y recorrernos con el cuidado y el amor que miramos a «los nuestros». (¿Y es que quien es más «nuestra» que una misma?)
Las relaciones, incluida la nuestra propia, son como las plantas. Nunca hay que olvidarse de regarlas según necesitan, en unas épocas más que en otras; echarles abono de vez en cuando; darles cariño y hablarles, aunque a veces pensemos que no nos escuchan. Dejar que la energía de las palabras, la luz del sol y la vida, potencien su crecimiento y fortalezcan su propia raíz.
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Es en ese espejo donde a veces te das cuenta de las tonterías que haces y quiero compartir con vosotros uno de los trucos que mejor funciona ultimamente. Es como el limpiador azul multiusos que se usa con el espejo, que vale-pa-tó!
El humor. Reirse de una misma, de uno mismo, de la situación, de nuestros enfados, berrinches y dignidades. «Hay que ver, que no me ha llamado» – «Hay que ver que solo se acuerda de mi cuando le interesa» – «que torpe soy, hoy me he expresado fatal en la reunión»…. etc… etc…
RÍETE. De las cosas que te tomas de manera personal, de tus torpezas, de tus enfados, de los pequeños dramas que nos construimos, de que te parece muy fácil esto que te cuento.
RÍETE. ¿por qué? Porque siempre hay mayores problemas de los que tenemos (por increíble que parezca), porque tienes mil motivos para dar las gracias y porque la vida es cuestión de actitud. ¡Relativicemos! ¡Seamos naturales! Si puedes elegir, ríete!